Cien años de rebencazos, de estaqueadas, de sablazos.
Desde hace cien años atados a los alambrados, de estar cavando sus propias tumbas. Y palean y palean. Con los bidones de querosén al lado. Y palean, pero la fosa no se hace profunda.
Cien años con estancieros y patrones que van marcando, con el dedo denunciador del dueño de la vida y de la muerte.
Cien años de fusiles que apuntan y matan, una y otra vez. Una descarga, y otra. Y otra.
Y la sangre que no cesa de ensuciarse con la tierra, con las piedras.
Pero el ignominioso teniente coronel ya hace rato que dejó de marcar con sus cuatro dedos la muerte que sembraba. La terminó cosechando de mano de un anarquista pacifista.
Y de pronto el sonido del repiqueteo no era el del Mauser fusilador, era el tac tac tac de una máquina de escribir. Un golpeteo incesante de alguien que se atrevió a preguntar y empezó a llenar páginas y más páginas . Y publicó cuatro tomos sobre La Patagonia Rebelde e hizo una película. Sin saber en ese momento la dimensión que iba a tener su obra .
¿Y qué pasó?
Pasó que los huesos de los 1500 vilipendiados se empezaron a mover, las caras marcadas por el viento, el olor de lana esquilada, de humos de fogones compartidos recuperaron sus ojos. Ojos negros de tierras ancestrales, marrones del otro lado de la cordillera y de pampas de más al norte, ojos azules que buscaban el paraíso, cerquita de acá, y de ojos verdes encendidos por las ideas que permitían creer en un mundo sin humillados.
Los piojosos y los sin nada, las valientes y las soñadoras, los luchadores y las rebeldes se levantaron después de tantos años de silencio y polvo.
Volvieron a ensillar sus caballadas, recuperaron las asambleas solidarias, en las ciudades pusieron en movimiento las imprentas para alzar las consignas de ayer que son las de hoy, mientras las cinco corajudas de san Julián siguen dando escobazos de dignidad. Esas que nos preguntan todos los días, ¿Dónde está vuestro coraje cívico? Todos los días. ¿Hacemos lo que hicieron ellas? Todos los días.
Son los que hoy nos empujan, las que nos exigen levantar sus banderas de solidaridad y dignidad. Porque no son historia. Nos advierten a no claudicar, lo hacen desde la memoria que hoy mantienen viva las mesas y comisiones de huelgas, en la cordillera, en la meseta y la costa, de sur a norte,
Desde San Julián, Puerto Deseado y Jaramillo hasta El Calafate, desde Rio Turbio a Piedra Buena y Puerto Santa Cruz, desde Rio Gallegos hasta Gobernador Gregores. Desde Caleta Olivia hasta Punta Arenas.
Con sus homenajes, el cambio de nombre de calles, museos recién inaugurados, los monumentos y plazoletas.
Desde obras de teatro, la música de cantatas, los ballets del viento, poemas y cuentos, el arte, esculturas y cuadros que evocan y convocan a la rebelión.
En proyectos de ley que declaren que la investigación sobre los fusilamientos sean delitos de lesa humanidad. Y ojalá pronto con una Justicia que deje de hacerse la distraída y haga lo que nunca hizo, denunciar y enjuiciar a los responsables de los crímenes.
Cien años de impunidad.
Cien años, y los que llamaron a los fusiladores – los dueños de la tierra – nunca asumieron sus culpas, tampoco los que mandaron a los fusiladores -el gobierno constitucional y su crimen de estado.
Cien años en los que la justicia no hizo justicia.
Cien años en las que el congreso nacional nunca investigó lo que tuvo que investigar.
Cien años en los que que se mantuvo el pacto de silencio de los que se creyeron los dueños de las verdad.
Pero cien años de rebeldes patagónicos que dijeron basta, que recuperaron la verdad, que hacemos memoria, y vamos a seguir exigiendo que se haga justicia.
Los 1.500 fusilados, siempre presentes. Para siempre entre nosotros.
(*) Este es el discurso de Esteban Bayer en la Casa de gobierno de Santa Cruz, en Río Gallegos, en en acto central.