APCS. Por Enrique Leff. A cada quien su virus, la pregunta por la vida y el porvenir de una democracia viral
Historia de una Ceguera Colectiva
Amanecimos al 2020, un año signado por la premonición de tiempos inciertos. Por los altavoces de los organismos internacionales, desde las alteza soberana de la COP24 y del PICC, del G-8 y el G-20, escuchamos la advertencia de que le quedaba tan sólo una década a la humanidad para responder al desafío del cambio climático. El tiempo está contado. Corre el tiempo. Todos contamos; si, pero no de la misma manera. Desde el poder de la ciencia se miden las emisiones de gases de efecto invernadero que han excedido las 420 partes por millón de CO2. En escritorios de los bancos y los paradigmas de la “economía verde” se contabilizaban los bonos de carbono, mediante los cuales se establecía la distribución de las ganancias económicas y los riesgos ecológicos a escala planetaria. Entretanto, los gobiernos continúan su conteo de los billones de habitantes que incrementan la población del planeta, de los miles de millones de los presupuestos nacionales, de los índices del decrecimiento del PIB, en una precipitación de sus cuentas en un presente saturado, en el que está descontado el futuro. Más alejados de nuestra cotidianeidad, los astrónomos continúan contando los años luz en las distancias planetarias y galácticas; los geólogos y biólogos miden y periodizan en eones las épocas de las transformaciones ecológicas del planeta; los sociólogos miden en índices y porcentajes la inequidad y la desigualdad social. Mientras la ciudadanía global ha salido a las calles a reclamar justicia climática, los ecomarxistas recuperan su protagonismo de ayer en los debates del mundo actual reviviendo el mot d’ordre de la revolución socialista: barbarie o revolución. Las convocatorias a debatir la crisis sistémica de la humanidad se tiñeron de signos letales y tonos apocalípticos. La muerte sin fin revive el fin de la historia. El colapso ecológico, la catástrofe climática,los conflictos socio-ambientales y la debacle civilizatoria ocupan los espectaculares del debate político ante la posible extinción de la raza humana. Todo anuncia la hora del Juicio Final, antes que la de la Justicia Social en esta devastada Tierra.
Hoy el mundo atraviesa por la mayor crisis sistémica de la historia. Es la conjunción sinérgica de todas las crisis: económica y financiera; ecológica, ambiental, climática y epidemiológica; ontológica, moral y existencial. Su alcance es mundial, global, planetario. La crisis civilizatoria de la humanidad expresa de manera virulenta su olvido de la vida. El COVID19, que infecta los cuerpos humanos, afecta profundamente al sistema económico que gobierna al mundo. El régimen del capital que ha desencadenado la degradación entrópica y el cambio climático del planeta, se ha venido asociando de maneras enigmáticas pero cada vez más evidentes, con la “liberación”, mutación y transmisión de los virus al invadir y trastocar el comportamiento de los ecosistemas, alterando la resiliencia, el metabolismo y el
“sistema inmunológico” propio de la biosfera. Estamos transitando de la comprensión de la acumulación destructiva y sojuzgadora del capital a un neoliberalismo y un progresismo que han liberado a un ejército invisible de agentes patógenos que atentan contra la vida humana.
Los organismos internacionales nos dan una década para salvar al Planeta. Pero, ¿cuánto son 10 años en la existencia humana como tiempo límite para deconstruir la historia de la humanidad; al menos de los últimos 2500 años, si nos remontamos tan sólo al “primer comienzo” de la historia de la metafísica, al encadenamiento del Logos que ha destinado los cursos de la vida en la Tierra, que ha configurado la racionalidad de la modernidad que gobierna el mundo y que ha desencadenado la crisis climática y su re-mate más actual: la pandemia del Covid19 que ha venido a extremar la confrontación entre la vida del capital y la preservación de la evolución creativa de la vida.
Si 20 años no es nada, como dice el tango, 10 años serían menos que nada. ¡A vivir la vida, que ya habrá de recomponerse el planeta!, gritaron al unísono los seres humanos, siempre ávidos de vida. Habríamos de confiar en la “revelación del Ser” en la que meditara Heidegger, en la emergencia de la noosfera que anunciara Teilhard de Chardin, o en la configuración de una “conciencia de especie” que habría de venir a restablecer el equilibrio ecológico del planeta. Si la crisis ambiental fue ocasionada por la racionalidad económica, por la manía de crecimiento del capital, por la voluntad de poder incorporada en la tecnología, confiemos en el iluminismo de la razón, en el progreso de la ciencia, en la potencia de la tecnología y en la mano invisible del mercado para restaurar el planeta y abrir los horizontes hacia el mejor de los mundos posibles.
Capitalistas y socialistas, conservadores y progresistas se enfrentan día a día en el debate público de la arena política; pero se dan la mano, se abrazan y enlazan en esa vertiginosa danza triunfal de la humanidad, al tiempo que a sus pies se desfonda el planeta y se gangrena el cuerpo truncado de la vida, alienado de una razón que no alcanza a comprender las condiciones de la vida en el mundo vivo que habitamos.
Amanecimos en el 2020 tratando de entender la manera en que la ley de la entropía, como ley límite de la naturaleza, gobierna los destinos de la vida invadida por la ley férrea del mercado; estas leyes que deciden los destinos de la vida, pero que no están al alcance de la mano, que son invisibles a la mirada del ser humano, aun cuando tenga una visión 20/20. En eso estábamos cuando despertó de su largo sueño el coronavirus COVID19 y comenzó a invadir los cuerpos humanos. Si a simple vista no alcanzamos a ver al virus de dimensiones sub-microscópicas, la mirada prospectiva de la ciencia, las acciones preventivas de las políticas públicas y las medidas adoptadas fueron incapaces de preverlo, a pesar de que ya el entonces presidente Bush lo preveía allá en el 2005, luego de la epidemia del SARS del 2003; y que más recientemente Bill Gates trató de poner en guardia al mundo luego del MERS del 2015. Un minúsculo organismo pre-celular ha venido a desquiciar al mundo y a poner en jaque-mate la vida humana!
La visión desde la razón instaurada no solo es miope: su estrabismo nace de su dificultad de distinguir el objeto de fondo, la vida, cuando su mirada está enfocada hacia la economía, cuando tiene en la mira la ganancia como la razón de su existencia. La ecuación entre la economía y la vida no la resuelve ecuación o algoritmo alguno. Tampoco los mecanismos ciegos del mercado. Contamos con la vida y cantamos a la vida. Si la pulsión de vida es desmesura, la vida no se deja acotar por medida alguna. Más allá de resolverse las contradicciones entre la economía y la vida como el anverso y reverso de la existencia humana empalmadas en una banda de Moebius, el mundo se ahoga y ahorca en un nudo gordiano del Logos y el Inconsciente; se pierde en los callejones sin salida de los laberintos de la vida en el que se ha extraviado la razón y se ha alienado la vida. El virus ha penetrado el cuerpo humano por los ojos con los que vemos, la nariz y la boca por las que respiramos hasta ahogar nuestros pulmones. Pero no podemos culpar a la naturaleza por haberle abierto el acceso a la vida humana. Como en el Ensayo sobre la Ceguera de Saramago, la mejor metáfora de la historia de las pandemias que amenazan la vida, COVID19 declara que la naturaleza no es culpable. Habrá que cuestionar a la psique humana.
En la historia reciente de las epidemias y pandemias, la reacción de la humanidad ha sido detener su expansión, generar anticuerpos, inventar la vacuna para inmunizar a la población y resolver así la inmediatez de la crisis sanitaria. Pero nos hemos preguntado ¿qué es un virus?; ¿cómo es que siendo parte de la evolución de la vida se convierte en un agente mortífero que ataca y destruye la vida? ¿Cuál es su función en la evolución de la vida? ¿Qué agencia –de la propia naturaleza o de la intervención humana– activa su diseminación y sus efectos patógenos? Estudios recientes como el libro de Rob Wallace, nos acerca a comprender la manera como el gran capital asociado a los grandes ranchos de aves y ganado, y el proceso generalizado del agro-negocio de los monocultivos, al erosionar la biodiversidad y someter a un stress ecológico a la biosfera, ha sido un factor determinante de la “liberación”, mutación y transmisión de los virus.1 Empero, resulta sorprendente que a estas alturas del desarrollo de la ciencia, de la manipulación tecnológica de la constitución genética de los organismos vivos, desconozcamos el origen mismo de los virus. Los expertos se debaten aun en saber si son anteriores a la célula; si se originaron de manera regresiva de organismos más complejos que perdieron información genética, o a partir de piezas movibles dentro del genoma de una célula para entrar en otra; o si evolucionaron con sus huéspedes celulares. Lo que se sabe de cierto es que habitan la biosfera desde los primeras etapas de la evolución de la vida parasitando diferentes organismos celulares.2 Pero ya que los virus no dejan huellas fósiles,3 no sabemos si todos los virus conocidos por la ciencia moderna tienen un solo y mismo ancestro;4 si todos los virus que yacen adormecidos en la biosfera han estado allí desde el origen de la vida; si han evolucionado o se han generado y diversificado con el proceso evolutivo mismo:
Hasta el día de hoy, no existe una clara explicación sobre los orígenes de los virus. Los virus pueden haber surgido de elementos genéticos móviles que adquirieron la habilidad de moverse entre las células. Pueden ser descendientes
de organismos vivos previos que adaptaron una estrategia de replicación parasitaria. Quizá los virus existían desde antes, y llevaron a la evolución de la vida celular (Wessner, D. R., 2010, “The Origins of Viruses”, Nature Education 3(9):37).
La Dra. Ananya Mandal afirma que, “De los estudios sobre la evolución se desprende que no haya un solo origen de los virus como organismos. En consecuencia, no puede haber un simple ‘árbol familiar’ para los virus. Su único rasgo
común es su rol como un parásito que necesita un huésped para propagarse […] La mayoría de los virus de las plantas terrestres probablemente evolucionaron de las algas verdes que emergieron hace más de 1000 millones de años”. Si bien sabemos que pueden crearse en el laboratorio5 y son la materia prima de las vacunas antivirales, no
sabemos la manera en que los procesos de intervención humana sobre el metabolismo de la biosfera y la evolución de la vida han afectado la “producción”, evolución, diversificación y mutación de los virus que hoy habitan el planeta, refugiados en multiplicidad de organismos celulares huéspedes, a través de los cuales se han propagado hacia el cuerpo humano.
El COVID19 ha sorprendido a la humanidad al ser un “nuevo agente patógeno desconocido”; no sabemos cuánto tiempo estuvo ya antes habitando en la biosfera sin haber sacado las garras para atacar a sus víctimas. Habiéndose convertido en la mayor amenaza para la vida humana y la estabilidad planetaria, lo menos que podría hacer la humanidad es empezar a hacerse las preguntas esenciales y fundamentales, como prueba de su capacidad de supervivencia ante la virulencia de los agentes mortales que ha puesto en movimiento su intervención en el metabolismo de la vida.
Escribo en días del Pesaj judío, la fiesta de celebración de la liberación del pueblo judío esclavizado por el faraón egipcio. Historia real en que las 10 plagas jugaron un fundamental como agentes de la voluntad divina. Celebración de libertad pero también del preguntar como estrategia de supervivencia. Hoy el COVID19 se ha convertido en un protagonista emblemático de los tiempos que corren: no como emisario de los dioses, sino de la agencia humana en la historia. Algunos opinadores se han adelantado a preconizar al virus como un agente de los propósitos maquiavélicos de los chinos para dominar al mundo, o como el actor social más eficaz para derrumbar al capital; como portador de la revolución social y el cambio civilizatorio. No me parece acertado celebrar la pandemia del COVID19 como el triunfo del virus en representación de la naturaleza capaz de liberarnos del dominio del capital. La naturaleza había sido por siempre la agencia que gobernaba los cursos de la vida en la biosfera, como lo afirmó Vernadsky hace un siglo, en plena era del Antropoceno… hasta que el capital llegó a desplazarla para constituirse en el régimen ontológico dominante que gobierna al mundo y destina la degradación de la vida del planeta en la era del Capitaloceno. La deconstrucción de la racionalidad que domina al mundo y degrada la vida no será obra del coronavirus. Vencer al COVID19 a través de una vacuna y de la eficacia de las medidas sanitarias adoptadas por los gobiernos, tampoco habrá de salvarnos de acontecimientos futuros desencadenados por la expansión del capital sobre la biosfera, de una racionalidad tanática que no alcanza para avizorar la construcción de un futuro sustentable, abriendo el horizonte de la vida a un mundo con seguridad epidemiológica y ambiental. El COVID19 reaviva la pregunta por la vida y por las condiciones de la vida.
Las Políticas de Contención del Virus
A lo largo de la historia, la humanidad se ha preguntado por los designios de los dioses y las leyes de la naturaleza que destinan la vida a la muerte. La seducción de los demonios, la entropía como ley que rige la desorganización ineluctable de la materia y la vida, la pulsión de muerte, el nihilismo de la razón; su expresión en el Holocausto, en la devastación ecológica del planeta, en los genocidios y la crisis moral que amenazan la seguridad de nuestras vidas, nos muestran esta parte oscura y perversa de la naturaleza humana. El saber de la vida ha quedado en suspenso, como rehén de la voluntad de dominio del hombre sobre la naturaleza.
Retomando la fiesta de Pesaj que conmemora la liberación del pueblo judío, quiero destacar un punto esencial: el ritual del acto de preguntar: es el hijo más pequeño quien hace las cuatro preguntas al padre o el abuelo que oficia la ceremonia. La primera pregunta, “porqué esta noche es diferente a cualquier otra noche?” es para no olvidar el principio de la libertad como fundamento esencial de la vida humana. Pero no es sólo para que las nuevas generaciones no olvidaran ese acontecimiento histórico como fundacional de la idiosincrasia del pueblo judío, sino porque preguntar es el acto fundamental para emanciparse de la ignorancia, del desconocimiento. A pesar de las crisis epidemiológicas que ha sufrido la humanidad, el origen, evolución y metabolismo de los virus en la dinámica histórica de la biosfera, sigue siendo desconocida. Los virus que han sido una amenaza para la vida humana, animal y vegetal, están allí parasitando a sus células huéspedes, mutando y co-evolucionando desde el origen mismo de la vida. Yacen allí ocultos en la trama de la vida hasta que un evento externo trastoca su estabilidad parasitaria y los libera a la biosfera, desatando su búsqueda de nuevos huéspedes –plantas, animales o humanos–, causando las epidemias y pandemias que han infestado cultivos; que han azotado y diezmado a la humanidad a lo largo de la historia.
Hoy, ante la crisis del COVID 19, al lavarnos las manos, al colocarnos el tapabocas o barbijo, al practicar el aislamiento social, no sólo tenemos que preguntarnos si estas prácticas y las estrategias de contención y atención instrumentadas por los gobiernos habrán de cuidarnos ante la amenaza del virus, sino si podemos pensar un mundo después del COVID19. No sólo para preguntar ¿Por qué este virus es diferente a los anteriores? –para comprender sus vías de contagio, su sintomatología, su agresividad a nuestro sistema inmunológico, su capacidad de resistencia, supervivencia y recontagio, incluso una vez que contemos con una vacuna y que los cuerpos sobrevivientes hayan generado anticuerpos– sino para pensar cómo construir un mundo diferente a los mundos anteriores. Hoy la inteligencia humana no sólo debe estar puesta en idear una buena estrategia para aplanar la curva epidemiológica, de manera que los infectados no saturen las capacidades del sistema médico y hospitalario; no sólo para atreverse a un acto de heterodoxia del neoliberalismo económico, para adoptar un New Deal, un keynesianismo antiviral capaz de recuperar la economía como en la posguerra, para invertir y hacer rentable una industria de la prevención y atención de los virus que vendrán, como lo piensa un Bill Gates. Se trata de comprender esta pandemia en su articulación con todas las otras crisis asociadas y que podemos categorizar como la crisis ambiental, como la insustentabilidad de la vida humana y no humana ante el imperio de la razón tecnoeconómica, del régimen ontológico del capital. Si en tiempos recientes fracasó la iniciativa del gobierno y la sociedad ecuatoriana de “dejar el petróleo bajo tierra”, como una estrategia ante el cambio climático generado por el uso de los hidrocarburos, hoy debemos pensar una estrategia para que los virus se mantengan en sus refugios en el metabolismo mismo de la biosfera.
Esta crisis viral habrá de llevarnos a investigar las interconexiones con la crisis sistémica por la que atraviesa la humanidad. Hoy, investigadores del Virginia Tech especulan en un nuevo estudio publicado en el último número de la revista Nature Communications que si bien los virus no tienen procesos metabólicos propios, sus genes poseen algunas porciones que les ayudan a hacer sus propias herramientas para su metabolismo. Por otra parte se adelantan hipótesis de que la contaminación del aire está asociada con más muertes en la actual pandemia del COVID19. Un estudio reciente del Departamento de Bioestadística de la T.H. Chan School of Public Health de Harvard, concluye que el incremento de una unidad en los niveles de polución de partículas en el aire podría incrementar el riesgo de muerte en 15% y que si el aire hubiera estado más limpio antes de la pandemia, hubiera salvado muchas vidas”. Si bien puede haber una gran dosis de especulación en estas investigaciones, y no sabemos el grado y los modos concretos en los que el stress ecológico causado por las presiones extractivas del capital están provocando la mutación y la transmisión del virus hacia el contagio patógeno de humanos, y su mayor o menor difusión y transmisibilidad en un aire contaminado, la crisis sistémica llama a generar programas interdisciplinarios de investigación que establezcan las interrelaciones e intercausalidades en el marco de una epistemología de la complejidad ambiental.
Bob Wallace nos ha entregado quizá la mejor reseña reciente de la asociación de las epidemias y pandemias recientes con el stress ecológico ocasionado por agronegocio. Hemos visto surgir cada vez con más frecuencia toda una cadena virus de diferentes tipos de influenza codificados como series de HxNx, y sus manifestaciones zoonóticas –SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome); MERS (Middle East Respiratory Syndrome)– de transmisión de animales a seres humanos.6 La vacunación anual contra la influenza se ha convertido en un ritual invernal. ¿Cómo habrán de combinarse los futuros acontecimientos climáticos –cambios en la temperatura ambiente, incendios, ciclones, huracanes, tsunamis– en la dispersión y transmisión de estos agentes patógenos, no lo sabemos. En un artículo reciente,7 Wallace sostiene que la solución es la construcción de “un ecosocialismo que mitigue la brecha metabólica entre la ecología y la economía, entre lo urbano, lo rural y lo silvestre. Evitando de esta manera que surjan peores de patógenos de este tipo”. Otros se aprestan a declarar el fracaso del sistema capitalista y a hacer un llamado a “luchar
por construir un nuevo mundo más sostenible e igualitario, apoyándose en los medios materiales que dispone y en lo nuevo y creativo que podemos aportar en un orden más colectivo […] Será necesaria una ruptura revolucionaria no sólo con el capitalismo en sentido estricto, sino también con toda la estructura del imperialismo, que es el campo en el que opera la acumulación hoy en día. La sociedad tendrá que ser reconstituida sobre una base radicalmente nueva”. Enarbolando la bandera de la internacional socialista, John Bellamy Foster ha declarado: “la ruina o la revolución”. Con la mira puesta en las estructuras del poder político se debate el futuro planetario en torno a tres sistemas de gobierno: regímenes autoritarios, populistas, democracias capitalistas y social-democracias. La comprensión de los modos de existencia acordes con las condiciones de la vida queda nuevamente en suspenso. Si bien la fractura metabólica que ha ocasionado el capital en la biosfera ha generado un creciente interés por conocer los procesos evolutivos genómicos del enorme repertorio de virus, su diversidad y su rol en la dinámica ecológica son aún poco conocidos. La ruptura revolucionaria con el orden establecido requerirá pensar en una racionalidad productiva armónica con el metabolismo de la vida.
Si vivimos un verdadero estado de excepción, éste remite al excepcionalismo con el cual se ha concebido a la humanidad por encima de la naturaleza. La “normalización” del estado excepcional por el que atravesamos no deberá llevarnos a normalizar la ocurrencia de futuros eventos como el COVID19 para justificar la intervención del Estado de Excepción, del poder del soberano impuesto por un Trump, Johnson, Bolsonaro o López Obrador para dictar las nuevas reglas de convivencia de la humanidad con la naturaleza.
La crisis epidemiológica ha provocado ya una crisis económica de alcances aúincalculables, generando diversas reacciones del sistema económico global y de los gobiernos nacionales. La UNCTAD ha salido ya al rescate de la fuerza laboral, a la valorización del teletrabajo como condición para restablecer las relaciones comerciales y la acumulación progresiva de capital. Se habla de un nuevo New Deal como nuevo pacto social con la naturaleza por encima de las reglas del dinero y la ganancia y de un programa asistencial hacia la población más vulnerable. Los gobiernos buscan atenuantes a través de la dilación del pago de impuestos o sistemas de créditos blandos a la pequeña y mediana industria.8 El papa Francisco ha propuesto implementar un “salario universal” que dignifique el derecho a la vida de todos los trabajadores, “que permita una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro… con pudor, dignidad, compromiso, esfuerzo y solidaridad.”
Pero no son solamente los adultos mayores y los ancianos, los pobres y los indigentes, los propietarios de las pequeñas y medianas industrias a las que va dirigidas las acciones de rescate económico para asegurar el empleo, y por esa vía, las condiciones de la recuperación económica a través de la demanda efectiva de los consumidores; de aquellos agentes sociales que ayudarían a detener el colapso económico en tanto se aplana la curva epidemiológica y se logra erradicar el coronavirus, al menos disolver su virulencia y sus efectos letales, conteniéndolo dentro de sus condiciones de estabilidad ecológica y de resistencia inmunológica en el cuerpo humano, en tanto se hace disponible una vacuna para erradicarlo.
En esta reacción de las instituciones internacionales, los gobiernos nacionales y sus políticas de emergencia ante la invasión del COVID19, los olvidados son, hoy como siempre, los condenados de la tierra, los pueblos indígenas que viven sin atención médica y alejados de los insuficientes sistemas nacionales de salud. La chispa ya está prendida por aquellos que retornan a sus comunidades luego que se les han cerrado sus puestos de trabajo en la industria turística y de servicios, o aquéllos que lograron emigrar, incluso en tiempos recientes, desafiando los muros fronterizos. Pero también de los emisarios de los intereses más funestos que ven en la transmisión del virus a las
poblaciones indígenas más remotas e indefensas, la estrategia perfecta para diezmar su capacidad de resistencia y protección de sus ecosistemas, dejando libre el acceso a la capitalización de sus territorios de vida. La falta de atención a las poblaciones indígenas puede llegar a convertirse en el mayor riesgo de un genocidio de proporciones incalculables en manos del coronavirus en los días por venir.9 Esa sería la mayor tragedia, pues a diferencia de la clase trabajadora que es indispensable para el sostenimiento y recuperación de la economía –la que habrá de volver al mundo al business as usual–, los Pueblos de la Tierra son quienes por sus habitus, sus prácticas de sus modos ancestrales de vida, tienen la capacidad para recomponer las fracturadas y diezmadas relaciones con la naturaleza, de convivencia con los demás seres vivos del planeta, incluso de los virus que son parte de ella.
Referencias
1 Rob Wallace, Big farms make big flu. Dispatches on infectious disease, agribusiness, and the nature of science,
Monthly Review Press, New York, 2016.
2 Hasta 2014 se habían descubierto 2827 especies de virus, estimando que aún quedan 320 mil por descubrir. Hacia
noviembre de 2017, el National Health Institute había publicado las secuencias genómicas completas de 7454
diferentes virus.
3 “El problema principal es que nunca se han detectado fósiles de virus. De manera que es difícil especular sus
orígenes exactos. Estas partículas son demasiado pequeñas y demasiado frágiles para el proceso de fosilización, o
incluso para la preservación de las secuencias de ácidos nucleicos en tejidos de hojas o insectos en ámbar” (Ananya
Mandal, Virus origin).
4 El origen de los virus en la historia evolutiva de la vida no es claro: algunos pueden haber evolucionado de plásmidos –piezas de ADN que se mueven entre las células–, mientras que otros pueden haber evolucionado de bacterias. Los virus pueden ser medios importantes de la transferencia genética horizontal, que incrementa la diversidad genética de manera análoga a la reproducción sexual. Los virus son considerados por algunos biólogos como formas de vida, ya que acarrean material genético, se reproducen y evolucionan a través de selección natural, aunque carecen de características esenciales como la estructura celular que generalmente es considerada necesaria para contar como vida. Ya que no cuentan con todas esas cualidades, los virus han sido descritos como “organismos al borde de la vida” y como replicadores de la vida. Las secuencias celulares ayudan a entender la evolución de los virus a lo largo de los siglos. Por ejemplo, los Geminivirus son un grupo diverso de virus y cada subtipo tiene diferentes genes y componentes genómicos. Sin embargo, las diferencias pueden rastrearse hacia un origen común cuando se considera la diversidad geográfica y la divergencia genética de los agentes o huéspedes portadores de los virus (Ibid.)
5 El primer virus sintético fue creado en 2002. Aunque en realidad lo que se sintetiza no es el virus sino el genoma de su ADN (en el caso de virus de DNA), o una copia de su genoma (en el caso de virus ARN), para muchas familias de virus el DNA o RNA sintéticos, una vez convertidos enzimáticamente de la copia sintética cDNA, es infeccioso al introducirse a una célula. Es decir, que contiene toda la información necesaria para producir nuevos virus. Esta tecnología está siendo usada para investigar nuevas vacunas. Para noviembre de 2017, fueron ya publicadas las secuencias genómicas completas de 7454 diferentes virus, en la base de datos del National Institutes of Health.
6 “Los virus de la influenza cambian constantemente; de hecho, todos los virus de la influenza sufren cambios genéticos con el tiempo. El genoma de un virus de la influenza consta de todos los genes que conforman el virus. La secuenciación de genomas revela la secuencia de los nucleótidos en un gen, al igual que las letras del alfabeto en las palabras. Los nucleótidos son moléculas orgánicas que forman el bloque estructural de los ácidos nucleicos, como ARN o ADN. Todos los virus de la influenza constan del ARN de cadena simple a diferencia del ADN de cadena doble. Los genes del ARN de los virus de la influenza están constituidos por cadenas de nucleótidos que están unidas entre sí y cifradas por las letras A, C, G y U (adenina, citosina, guanina y uracilo, respectivamente). La comparación de la composición de nucleótidos en el gen de un virus con el orden de los nucleótidos de otro gen puede demostrar ciertas variaciones entre los dos virus. Las variaciones genéticas son importantes porque pueden incidir en la estructura de las proteínas superficiales del virus de la influenza. Las proteínas están formadas por secuencias de aminoácidos. La sustitución de un aminoácido por otro puede afectar las características de un virus, como por ejemplo cuán bien se propaga un virus entre las personas y cuán susceptible es el virus a los medicamentos antivirales o a las vacunas actuales. Los virus de la influenza A y B, los principales virus de la influenza que infectan a las personas, son virus del tipo RNA que cuentan con ocho segmentos de genes. Estos genes contienen ‘instrucciones’ para fabricar virus nuevos; un virus de la influenza utiliza estas instrucciones después de infectar una célula humana para engañarla de modo que comience a fabricar más virus de la influenza y así diseminar la infección. La secuenciación de genomas es un proceso que determina el orden o la secuencia de los nucleótidos (p. ej., A, C, G y U) en cada uno de los genes presentes en el genoma del virus. La secuenciación completa del genoma puede revelar la secuencia de alrededor de 13 500 letras de todos los genes del genoma del virus. Cada año, los CDC realizan la secuenciación completa del genoma de alrededor de 7 000 virus de la influenza de muestras clínicas originales tomadas a través de la vigilancia virológica. Un genoma del virus de influenza A o B contiene ocho segmentos de genes que codifican (es decir, determinan la estructura y las
características de) las 12 proteínas del virus, incluidas las dos proteínas superficiales principales: la hemaglutinina (HA) y la neuraminidasa (NA). Las proteínas superficiales de un virus de la influenza determinan importantes propiedades del virus, incluso cómo responden los virus ante ciertos medicamentos antivirales, la similitud genética del virus con los virus de la vacuna contra la influenza y el potencial de los virus de la influenza zoonótica (origen animal) de infectar hospedadores humanos” (Centers for Disease Control and Prevention, National Center for Immunization and Respiratory Diseases, Page last reviewed: October 15, 2019). Para las variaciones de la influenza, los diferentes subtipos son nombrados según amplias clases de las proteínas superficiales hemagglutinin (HA) o neuraminidase (NA) que se adhieren a la envoltura viral. Hay 16 sub-tipos HA (designados H1-H16) y 9 sub-tipos NA (designados N1-N9). Todas las combinaciones posibles de estos sub-tipos de influenza A infecta a aves, pero solo aquellos que contienen las proteínas superficiales H1, H2, H3, H5, H7 y H9, y N1, N2 y N7, infecta a los humanos, y de éstos, hasta ahora, sólo H1, H2, H3 y N1 y N2 lo hacen en un cierto grado.” (Cita ). Tanto el SARS como el MERS son de la familia de los coronavirus. El SARS irrumpió y se expandió alrededor del mundo en 2003 infectando a más de 8,000 personas y matando a 774 antes de ser contenido en 2004. El MERS irrumpe en Arabia Saudita en 2012, habiéndose extendido por Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, y llegando a Corea, habiendo causado 93 muertes. Un estudio actual sobre el COVID 19 declara que “ El SARS‐ CoV‐ 2 es una enfermedad emergente con resultados fatales. En este estudio se busca resolver la cuestión de una fundamental de conocimiento fundamental evaluando las diferencias en los aspectos biológicos y patógenos del SARS‐ CoV‐ 2 y los cambios en comparación con las dos mayores epidemias anteriores COV, con los coronavirus SARS y MERS” (Kandeel M, Ibrahim A, Fayez M, Al‐ Nazawi M., “From SARS and MERS CoVs to SARS‐ CoV‐ 2: Moving toward more biased codon usage in viral structural and nonstructural genes”, J. Med. Virol. 2020:92:660-666).
7 «Notes on a Novel Coronavirus»
8 Para reducir este dilema, ante la incertidumbre económica y la erradicación del virus, se propone establecer “un sistema robusto de pruebas de diagnóstico para poder vigilar y actuar prontamente en caso de que la epidemia regrese una vez abriendo la economía. Otra alternativa, aunque de menor probabilidad, es que se encuentre alguna medicina que reduzca o elimine la mortalidad, con lo cual la confianza del consumidor podría revertirse abruptamente”
9 En estos días llegan noticias funestas de garimpeiros portadores del virus, que habrían ya infectado a una población Yanomami en la Amazonía de Brasil.